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viernes, 23 de agosto de 2013

Otro brillante concierto de Egberto Gismonti en Buenos Aires.

El brasileño ofreció anoche un concierto solista en el Gran Rex, en el que dejó de manifiesto que son las síntesis personales armadas sobre influencias y herencias diversas las que expresan los discursos musicales más potentes.

GismontiConvertido a esta altura en uno de los máximos referentes de la música creativa latinoamericana de las últimas décadas, Gismonti no es sólo un compositor de rasgos personalísimos sino también un intérprete exquisito que sabe trazar distintos recorridos junto a instrumentos (la guitarra y el piano), que son a su vez herencias de sus padres y con los que logra expresar un universo a la vez complejo y cercano.

Vestido con camisa y pantalón negros junto a un pañuelo-gorro rojo que ocultaba parte de su gran cabellera, Gismonti llegó al escenario a las 21.20 de anoche para recibir la primera ovación de un público que lo conoce desde fines de la década del 70 y que le tributa un afecto y admiración inmensos, en sintonía con lo que recibe del compositor.
El concierto arrancó con guitarras (utilizó una de 10 cuerdas de nylon y otra de 12 cuerdas de acero) y finalizó en el piano.

Los dos instrumentos expresan en Gismonti, de algún modo, personalidades musicales y expresivas distintas, complementarias, no necesariamente afines pero que son parte del complejo y extraño universo musical de este pequeño genio.

La guitarra integra todo lo volcánico, lo dionisíaco, el convulsionado pulso terrestre, la fuga hacia adelante, lo más folclórico, en una trabajo espiralado en el que retoma los temas principales y los va transformando a través de paisajes quizás inexplorados por ningún otro músico y donde hace gala de la maravillosa polirritmia que es una de sus marcas.

En el piano, por su parte, es etéreo, bordeando los silencios con precisión quirúrgica, desechando la voluptuosidad guitarrística para sumergirse en territorios de profunda cercanía afectiva, casi infantiles, que pulsa con magia bajo un suave clasismo.

Pero sobre todo, Gismonti es un creador capaz de armar discursos desde su obra, una potente carga narrativa conllevan todas las composiciones del músico nacido en Carmo, Río de Janeiro, en 1947, hijo de padre libanés y madre italiana.
Sus composiciones sugieren territorios y paisajes, algunos nunca entrevistos antes de escucharlo y tanto materiales como imaginarios.
Tiene la capacidad de sumergirnos en una historia absolutamente abstracta (como es el caso del lenguaje musical) pero que refracta y espeja en la audiencia sensaciones presentes bajo polvorientas capas de actualidad desechable.

Además, en un mundo blindadamente sonorizado donde todo parece necesitar su banda sonora preformateada, solo con una guitarra o un piano, imanta con una potencia descomunal un auditorio preparado para más de 3000 espectadores.

La piezas que desarrolló, algunas de sus discos "Circense", "En familia" y "Zig Zag", no fueron nuevas y muchas ya escuchadas en otros conciertos de los 20 anteriores que el músico ofreció en esta ciudad, pero todas revistieron características nuevas.
Más allá de un complejo y particularísimo trabajo compositivo es evidente que Gismonti sigue improvisando sobre su propia escritura y en cada interpretación busca nuevos caminos para una obra que está en creación constante.

Solo en dos oportunidades del largo concierto de casi dos horas, el músico habló con el público, en el primer caso para decir que componer e interpretar no tiene casi ningún valor si no se corona con la recepción afectiva del público, como la que él disfrutó anoche.
La segunda fue para recordar la casa de los padres de Lito y Liliana Vitale y sus primeras incursiones en el país, donde el grupo MIA (Músicos Independientes Asociados), que se reunía en ese hogar de Villa Adelina, celebraba su composición "Agua y vino", que entregó como broche de cierre para un concierto brillante en todo su desarrollo.

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