La ultrapromocionada Lady Gaga pisó por primera vez un escenario argentino en la noche del viernes, cuando cumplió en el estadio Monumental, del barrio porteño de Núñez, un capítulo de su “The Born this Way Ball Tour” ante miles de fans, en su mayoría adolescentes.
La gira latinoamericana de la cantante, nacida en Nueva York en 1986 como Stefani Joanne Angelina Germanotta, comenzó en México, pasó por Brasil y es poco probable que haya marcadas diferencias entre una presentación y las otras.
Es innegable que además de la formidable maquinaria comercial que la sustenta, Lady Gaga intenta convertirse en un fenómeno cultural como lo fue Michael Jackson y la aún vigente Madonna, capaces de arrastrar multitudes y crear "tribus" específicas de seguidores.
En su caso, el show local comenzó varios días antes, cuando sus "little monsters" levantaron carpas a la manera de los devotos de San Cayetano a la vera del hotel Faena, donde se aloja, e hicieron lo mismo cerca de la cancha de River Plate para ser los primeros en acceder al ingreso.
Esos fans intentan emular en un todo a su admirada -en español la palabra "ídola" no existe- y sus atuendos y maquillajes, que van de lo carnavalesco a los tan de moda zombies, ya que Gaga es una experta en vestirse y actuar de un modo para algunos ridículo.
Esos "monstruitos" fueron primorosamente mostrados en la víspera como un fenómeno masivo por los canales de cable, tal vez por falta de otras novedades o porque se quiera hacer de ellos algún modelo social.
Lo cierto es que en la cancha eran una significativa minoría en medio de una asistencia que si bien no compartía esas formas, demostró que conoce detalladamente el repertorio de la visitante, al punto de corear los temas en medio de bailes y aclamaciones.
Así fue que el primer tema, "Highway Unicorn", en el que la diva ingresó al escenario montada en un caballo de utilería y caracterizada como Alien, hizo estallar el estadio apenas sonaron los primeros compases.
Sucedió lo mismo con "Government Hooker" y, casi hacia el final, con "The Edge of Glory", sonoramente festejados y lujosamente vestido por una escenografía y algún holograma que sigue sorprendiendo al público, en razón de que estos shows tienen el sello inconfundible de Broadway.
La excéntrica artista tiene el tino de contar con un ballet mixto necesariamente virtuoso como para compensar sus propias carencias con el manejo del cuerpo, más allá de los movimientos epileptoides, las manos casi siempre en garra y ese feísmo que parece buscar adrede.
El ámbito y los graves de la banda sonora recuerdan a "El fantasma de la Opera", manifiestamente góticos y con personajes de un pasado mítico, en el que la reina (o princesa) al parecer en peligro, es siempre ella.
Es ostensible el carácter lúdico de todo lo que pasa, armado en la primera parte para sostener una leve trama, subrayado por un homoerotismo -masculino y femenino- propio de los tiempos, con situaciones muy directas, y desatadas con gestos y expresiones quizás inéditas.
Así es que en títulos como "Marry the Nigth", iniciado por un gran guitarrista que no se identifica, una chica vestida de novia es de algún modo maltratada por el hombre que ama, aunque cuando se quita el tocado se ve que es otro varón.
Otro de los sellos que muestra el espectáculo es la proliferación de armas de guerra al estilo Rambo -incluso hay un corpiño del que salen dos amenazantes bocas de fuego-, lo que da cuenta de la cotidianeidad de esos elementos en la sociedad de la que proviene.
Se nota también que Gaga está muy orgullosa de su trasero y trata de ponerlo en primer plano toda vez que puede -y que las pantallas aledañas al escenario amplifican-, casi tanto como su capacidad de afearse, al punto de inspirar a tanta gente.
Curiosamente y aunque los organizadores se ufanaron de haber reunido a 50.000 espectadores, el Monumental no estuvo lleno y había ostensibles blancos en los sectores de campo y en las tribunas, quizá por el alto costo de las entradas o porque el mito Lady Gaga aún está verde por estas pampas.
Eso no impidió el entusiasmo desbordado de las tribunas cuando la cantante decía "Buenosairess" o "Aryentina" -seguramente ninguno repitió tanto esas palabras como ella, incluso en medio de una canción- o cuando sus extensas parrafadas eran ruidosamente festejadas, lo que demuestra el gran conocimiento del inglés de muchísimos espectadores.
Como todo visitante, Lady Gaga no se privó de ponerse una camiseta argentina y de colgar una bandera en la motocicleta que piloteaba, incluso se dio el lujo de acariciar sus virtuosas asentaderas con una enseña patria, lo que debe haber sido, sin duda, un homenaje. Héctor Puyo
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