El cantautor rionegrino Lisandro Aristimuño celebra el décimo aniversario de se primer disco “Azules turquesas”, el material que inauguró su carrera autogestiva, con una serie de conciertos en el porteño Teatro Gran Rex los días 14 y 15 de diciembre.
Desembarcar desde una lejana tierra patagónica en el abrumador centro porteño, batallar ataques de pánico y tocar, tocar y siempre seguir tocando; editar cinco discos a puro pulmón, rechazar ofertas de multinacionales y girar por el país hasta recalar -y a sala llena- en la emblemática avenida Corrientes.
Así, más o menos, fue la cronología de la última década en la carrera musical del trovador oriundo de Viedma.
Minuciosa, artesanal y a conciencia fue la forma en que Aristimuño eligió cimentar su carrera en el marco de una industria profana. Personal y principista, el modo en el que prefirió transitarla.
Hoy, con una biografía musical que incluye cinco discos, conciertos por toda la Argentina y el flamante rol de productor en "Maldigo", el último álbum de Liliana Herrero, Aristimuño hace girar la rueda del trabajo autogestivo impulsando la propuesta “Música sin fines de lucro”, un servicio por internet creado para difundir canciones de artistas independientes.
- ¿Cómo es el balance de esta primera década musical?
- Mi camino fue paulatino, fui creciendo de a poco. Lo bueno de la autogestión es que uno conoce su propio camino y sabe bien qué está haciendo y por qué. Empecé en lugares chiquitos, después más grandes y para cuando llegué al Gran Rex no fue una sorpresa porque estaba trabajando para llegar hasta ahí.
- Empezaste siendo una figura emergente que siempre tuvo un respaldo, apadrinado por grandes artistas...
- Sí y fueron mi mejor prensa. Y para mí es una felicidad grande porque es lindo que alguien que vos admirás, reconozca que tu música está buena. A mí si eso me ayudó muchísimo.
- ¿“Música Sin Fines de Lucro” (MSFL) es una forma de devolver ese padrinazgo?
- Fue algo que me surgió naturalmente. Me resulta muy genuino devolverle a la música lo que la música que me da. Con la música tengo un agradecimiento constante por la felicidad que me da. Así es que MSFL es por la música más que por los músicos. Y es hermoso porque sirve para llamar la atención sobre artistas que son buenísimos. Para mí es una curaduría gratis.
- Empezaste siendo una especie de ahijado de Liliana Herrero y ahora le produjiste el disco (“Maldigo”), ¿Cómo fue ese cambio de rol?
- Fue alucinante. Fue como ella canta: es muy pasional y tiene mucha energía. Y quizás yo en algún punto lo que hice fue ayudarla a equilibrar eso. El trabajo de productor fue más personal que musical. Al final del disco todos me preguntaban si la marca rockera era mía y yo siempre cuento que nada que ver: fue ella la que me llamó y me dijo: “Quiero que me produzcas el disco, mi idea es algo como Radiohead con folclore”.
- Y en tus trabajos qué rol prima más, ¿el de cantante o de productor?
- En mis discos me considero más productor que actor. Me gusta, me apasiona más ser el director de la obra que el actor principal. Me siento más cómodo ahí que siendo el protagonista. En el vivo es tremendo, porque termino ojeado.
- ¿Te cuesta?
- No sé si me abruma, porque es raro. Soy muy fiel a lo que me está pasando en el momento. Si la estoy pasando mal tengo cara de orto en el escenario, soy muy transparente. Si algo me desconcentró y me crucé, me crucé.
- ¿Extrañas algo de esa escala más artesanal que había en tus comienzos?
- No, porque trabajé para esto. Para mí sin “Azules turquesas” (2004) no hubiera existido “Mundo anfibio” (2012). Una cosa no quita la otra y son como un círculo.
- ¿Viste algún cambio en la escena musical local a lo largo de esta década de trabajo?
- En el ámbito en el que me muevo yo hay menos prejuicios en cuanto a los estilos. Creo que también tiene que ver con lo social y por eso surge esta libertad de no encasillar. Ahora importa más lo que querés decir que lo que aparentás. El mensaje aporta más que la fachada.
- Eso favorece a la creación de una identidad local más marcada….
- Claro, y es muy importante porque crea una identidad más fuerte de nuestra música local. El rockero era muy Rolling Stone y los Rolling no son de acá. Había mucho estereotipo extranjero y me parece que el rock puede ser otra cosa. La escena actual demuestra que se puede hacer un rock que suene argentino.
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