El 8 de diciembre de 1980, cinco disparos de revólver repercutieron por todo el mundo. John Lennon, ex Beatle, activista político, esposo y padre moría impactado por cuatro de los proyectiles. Su asesino, Mark David Chapman, era un fanático desequilibrado que había viajado desde Hawaii.
Pocas semanas antes había salido a la venta “Double Fantasy”, el álbum que marcó su regreso al trabajo musical tras un período dedicado a la paternidad en ocasión del nacimiento de su segundo hijo, Sean, fruto de su relación con la artista plástica japonesa Yoko Ono.
A 35 años de distancia, los atentados del 13 de noviembre en París le han dado un significado particular a este nuevo aniversario de la muerte de Lennon. Desde el punto de vista de los hechos, está claro que ambos eventos tienen muy poco en común uno con el otro: el asesino de Lennon fue un desequilibrado (a quien el músico había autografiado un álbum pocas horas antes de ser asesinado), mientras que los terroristas que irrumpieron disparando en el teatro Bataclan de París identificaron en el rock -así como en el fútbol o en los “bistrot” parisinos- los símbolos de un Occidente corrompido que deben ser abatidos.
Los vínculos entre el homicidio de Lennon y los atentados de la capital francesa se plantean por lo tanto a un nivel simbólico: en el fondo, la pesadilla que se ha materializado en esta sociedad del siglo XXI forma parte del mundo contra el que el autor de “Imagine” luchó toda su vida.
Tras el adiós a los Beatles, Lennon se convirtió en un ícono junto a su compañera Yoko Ono, hecho que le costó la hostilidad de la administración del entonces presidente Richard Nixon, quien lo hizo espiar por el FBI e intentó expulsarlo de Estados Unidos. El proceso gracias al cual Lennon logró después de años obtener la “green card” (documento que permite a un extranjero vivir en Estados Unidos) marcó una época.
El genio de la música, “culpable” de haber criticado a la guerra de Vietnam y la Sudáfrica del “apartheid”, era considerado como un peligro potencial: un hombre precisamente que debía ser expulsado del país. En el fondo, y en otras palabras, hasta el ex Beatle corrió el riesgo de terminar pagando por sus ideas.
Después de lo ocurrido en París, donde un concierto de rock pasó a ser en pocos minutos en una masacre, sería fundamental poder contar con una figura como Lennon, un hombre capaz de hablarle al mundo, de usar un lenguaje universal, de convertir la música en un formidable instrumento de paz. En muchas ciudades del mundo, entre ellas La Habana, hay estatuas y jardines dedicados a Lennon: será difícil para quien se junte en estos días en esos lugares, para recordar a John, no pensar en el Bataclan. Y aún más difícil será no rezar por un mundo que se asemeje al que ha sido cantado en “Imagine”.
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