Con apenas 45 años, el destacado vocalista había logrado marcar a fuego la escena del rock mundial, al frente de Queen, una banda surgida a principios de los 70 en medio de un contexto musical dominado por el hard rock y el glam, que había logrado amalgamar ambos estilos, además de dotarlo de nuevos elementos que la diferenciaron del resto.
Mercury no sólo pasó a la historia por su espectacular rango vocal y su calidad interpretativa, sino también por sus habilidades compositivas, que lo llevaron a crear verdaderos clásicos, como “Bohemian Rapsody”, “Somebody to love”, “Good old fashioned lover boy”, “Love of my life” y “Crazy little thing called love”, entre otros, que combinaban de manera natural la ópera, el gospel, la balada, el rockabilly y el vodevil; en un universo en el que convivían en total armonía Led Zeppelin, The Beatles, Liza Minelli y Liberace.
En vivo, el cantante se destacó por sus electrizantes performances, de las cuales el público argentino pudo ser testigo directo en el verano de 1981, cuando la banda ofreció una memorable serie de conciertos en el Estadio Velez Sarsfield, en Mar del Plata y en Rosario, en un hecho inusual para la época.
A nivel mundial, el legado y el respeto ganado por Mercury a lo largo de su carrera quedó plasmado en el concierto en su homenaje realizado en el estadio Wembley, en Londres, en 1992, del que participaron figuras bien distintas como David Bowie, Metallica, Guns N' Roses, Elton John, Robert Plant, Tommy Iommi, Liza Minelli, Roger Daltrey, George Michael y Annie Lennox, entre otros.
Nacido en 1946 en la ciudad de Stone Town, en Zanzíbar, bajo el nombre de Farrokh Bulsara, a los 18 años debió emigrar a Inglaterra a raíz de una revuelta popular que derivó en la conformación del estado de Tanzania.
Mientras cursaba estudios de arte, conoció a Tim Staffell, un bajista que, junto al guitarrista Brian May y el baterista Roger Taylor, conformaba el grupo Smile, a quienes trató de convencer para que vistieran las prendas de la línea de ropa que había creado.
Las charlas en las que el joven Freddie trató de convencer a May y Taylor de implementar una puesta en escena más impactante fueron el preludio para que sea invitado a unirse a la banda, cuando Staffell decidió bajarse ante la falta de éxito.
Tras varias audiciones, el grupo contrató al bajista John Deacon y, por iniciativa de Mercury, adoptó el nombre “Queen”, un termino muy utilizado como apelativo en los circuitos gay, a pesar de que se apuntaba más al impacto del término que a una toma de postura sexual.
De hecho, aunque Mercury se mostraba como una verdadera tromba sobre el escenario, en donde utilizaba atuendos comunes en el submundo gay de aquellos años, era tímido al punto de mantener su vida privada lejos de los flashes, lo cual, en muchos casos, fue confundido por la prensa como un comportamiento cercano al divismo.
A lo largo de la década del 70, Queen se destacó en la escena rockera por la perfecta amalgama musical forjada por sus miembros, con un guitarrista y baterista amantes del hard rock, un bajista con un marcado gusto por el pop y el cantante influenciado por la ópera, el gospel y la espectacularidad en la puesta en escena.
Establecida como una de las grandes bandas, hacia finales de los 70 el grupo aggiornó su sonido, primero a la moda disco y new wave imperante en esos años, para luego sucumbir en los sintetizadores pop, tan en boga en los años '80. A pesar de ello, la banda nunca perdió su personalidad, en gran parte marcada por la impronta de Mercury.
Queen tuvo un particular romance con el público argentino, que vivió su visita al país en 1981 casi como una cuestión de Estado.
En aquellos difíciles años de dictadura militar, la llegada de esta banda al país marcó un hito por tratarse de una de las pocas veces en que se podía apreciar en vivo un espectáculo de esa magnitud.
Con un impacto similar al que hoy causa cada visita de los Rolling Stones, los medios locales se ocuparon de seguir el paso a paso de cada uno de los miembros de la banda en su estadía en el país.
Incluso, entre los musiqueros se estableció como una suerte de rivalidad entre los seguidores de Queen, en donde se enrolaban los más refinados, y los de Kiss, más cercanos al rock duro.
Uno de los hitos más importantes en la carrera del grupo se produjo en 1985, cuando participó del multitudinario festival Live Aid, en Londres, en la que fue considerada por la crítica como una de las mejores actuaciones de una banda en vivo en la historia del rock, sobre todo gracias al espectacular despliegue de Mercury, quien hechizó al público con su magnetismo y sus dotes artísticas.
Sin embargo, faltaba poco para que la salud de Mercury comenzara a deteriorarse a raíz del sida, contagiado en noches de excesos de drogas y sexo, que el cantante se encargó de mantener a la sombra del conocimiento público.
En medio de rumores crecientes, en parte por la muerte de varios de sus amigos cercanos a causa de esta enfermedad, y también por algunas fotos de paparazzis en donde se lo veía extremadamente delgado, Mercury siguió adelante con su labor artística, aunque se mostraba cada vez menos en público.
Finalmente, el 23 de noviembre confirmó a través de su vocero Roxy Meade que era portador del virus del HIV y llamaba al mundo a luchar contra esa enfermedad.
Un día después, casi ciego, postrado en una cama y prácticamente sin poder hablar, Mercury murió en su casa de Kensington, la misma a la que aún se acercan fans de todo el mundo para dejar mensajes escritos en la fachada.
Paradojas del destino, ese mismo día también murió de cáncer Eric Carr, segundo baterista de Kiss, la banda rival de Queen en el imaginario local.
Basta la imagen del batallón de músicos que en 1992 unió sus voces para cantar “We are the champions” al final del concierto en su homenaje en Wembley, mientras las pantallas mostraban imágenes de un Freddy con capa y corona de reina en su recordada actuación en el Live Aid, para dar cuenta de la inmensidad de su figura.
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