Madonna, la camaleónica reina del pop, se despide del país en Córdoba, con 45.000 entradas vendidas, para reinventarse en un show que recorre varios momentos de su itinerario personal.
"MDNA" es el nombre de su álbum número 12, el más reciente de su vasta carrera y así también se llama el tour, integrado por espectáculos que ofician como una suerte de espejos, capaces de reflejar todos los retazos -muchas veces contradictorios- que hacen de Madonna la reina que revolucionó la escena musical de los '80.
La capacidad de reinventarse de esta dama nacida hace 54 años con el nombre de Louise Veronica Ciccone, quedó una vez más al descubierto durante los dos recitales realizados en el estadio porteño de River Plate, donde reunió 50.000 personas sólo durante la primera velada.
Su fuerza revulsiva puede sacudir hoy las instalaciones del predio cordobés Mario Kempes, subrayada a la perfección por su banda y troupe de bailarines acrobáticos -que en total suman 40 almas en escena-, más las voces del grupo vasco Kalakan, quienes la acompañan en esta aventura.
"Celebración" es la palabra elegida -y nada en esta gira está librado al azar- como pasaporte al último tramo del viaje y comienza con los temas "I'm Addicted" y "I'm a Sinner" de su último disco, precedido por un video que muestra las mil caras de esta maga de las tablas.
Las imágenes proyectadas como telón de fondo, se suceden con un ritmo enloquecido e hipnotizan a la platea que suspira frente a cada cambio de look de la estrella, capaz de maquillar sus movidas existenciales, una síntesis visual de las presentaciones que duran exactos 116 minutos.
Los retratos de Madona durante sus primeras caminatas teatrales resultan frescos de aquella época donde la provocación y los juegos con la identidad sexual reinaron soberanos, custodiados por cruces y elementos varios del sincretismo religioso que hoy son clásicos del imaginario de la artista.
El video recorre con lógica fragmentaria, de rompecabezas que no disimula las contradicciones, treinta años de apostar a transgredir hasta lograr autoedificarse como una marca venerada por el mundo.
El vértigo de la proyección, luego de trajinar sus imágenes caracterizada como Evita en el filme de Alan Parker (1996) que la trajo a esta ciudad durante aquel año, la muestra transformada en una morocha con aires de secretaria ejecutiva, parece rendirse frente a la Madonna actual.
Esta mujer que hoy puede ponerse tan oscura como el mundo para denunciar la violencia globalizada y la tan específica de género, a través de las coreografías e imágenes nada piadosas que signan los shows.
Sus hondas vinculaciones con el movimiento punk y gay, sumadas a sus días en las calles neoyorkinas siguen intactos sobre la espalda de quien supo protagonizar el filme "Shangai Surprise" (1986) con su entonces amor, el actor Sean Penn, otro personaje comprometido en denunciar asuntos que duelen por el mundo.
Las múltiples caras de esta estrella con la capacidad de tener el mundo a sus pies sin perder su impronta rea y callejera incluyen la lealtad de sus devotos, capaces de soportar playbacks durante los espectáculos en pos de que su fuerza no decaiga.
Aunque los acordes de la venerada "Like a Virgin" brillaron por su ausencia en las dos presentaciones en River, algún fragmento del clip oficial del tema dirigido por Mery Lambert pudo verse y el espíritu del tema sobrevoló las dos veladas porteñas.
Sólo que hoy, cuando el mundo ya no pregunta más "¿Quién es esa chica?" la artista puede enarbolar la bandera del eclecticismo para reírse de los fundamentalismos y condenar la crueldad humana, especialmente cuando la violencia estalla sobre el cuerpo femenino.
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