Bob Dylan arrancó en la noche del jueves pasado la primera de cuatro presentaciones en la Argentina con un show inquietante, áspero como su voz cada vez más áspera, en el que recorrió canciones de su impactante década de los 60 y de la última etapa, iniciada en 1997.
Con 71 años y subido desde 1998 a una gira interminable llamada la “Never Ending Tour”, Dylan no hizo concesiones en su primera presentación en el Gran Rex (repite hoy, el sábado y el lunes 30).Lo primero fue arrancar el show a las 21.30, la hora exacta en que estaba anunciado mientras algunos remolones permanecían en el hall buscando caras conocidas o famosas; el segundo, el lenguaje del gesto ante un público expectante y sorprendido.
Alegre, chispeante, comunicado con sus músicos, bailando pequeños pasos mientras tocaba la armónica, sonriente, Dylan se mantuvo en silencio cuando no cantó, evitando -incluso- el educado “buenas noches”.
Vestido con uno de sus usuales chaquetones oscuros con vivos plateados, pantalones negros y sombrero sureño, el show arrancó bajo el fondo de las ruedas girantes de un ferrocarril corriendo a velocidad blues con “Leopard-Skin Pill-Box Hat, del notable “Bonde on Blonde” de 1966.
Después siguieron “It Aint Me, Babe”, de 1964 (“Bringin it All Back Home”) y el muy bello “Things Have Change”, por el que ganó un Oscar en 2000, que recibió en una ciudad extraña sentado arriba de un parlante.
Un momento sorprendente fue con “Trying to Get to Heaven”, con cuatro guitarras sonando juntas y otro el trío de mandolina, guitarra y armónica que se armó en “High Water”, de “Love and Theft” de 2001.
En la segunda parte del show hubo también momentos notables, como “Higway 61 Revisited”, tema central en su trayectoria, tocado al palo, el bellísimo “Ballad of a Thin Man”, los dos de 1965, y una visita furiosa a “Thunder on the Mountain”, de 2006 .
Cerrando el concierto hubo versiones extrañas de sus dos canciones emblemáticas: “Like a Rolling Stone” y “Blowin` in the Wind”.
El repertorio del concierto estuvo marcado por las dos épocas centrales de Dylan: la del 60, cuando se inventa, y la que arranca en 1997 con “Time Out of Mind”, en la que hace una lectura de sí mismo y su tiempo y retorna a la música con una modernidad avasallante.
Lo de anoche fue otra cosa, fue como una vuelta al pasado desde el futuro, una pirueta extraña que Dylan sostiene en una voz grave y batallada que denuncia más marcas que la cara de Keith Richards.
En su última presentación en la Argentina, cuando Dylan tocó en 2008 en Vélez, su sonido estaba más emparentado con la época de “Modern Times” y “Love and Theft” de comienzos de siglo; ayer tuvo más que ver con los 60, pero desde el futuro.
Estuvo más cerca del rock y más lejos del swing, más country-blues y otra vez electrificado, más áspero, como su voz, una especie de Dylan absoluto
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